In memoriam-La libreta negra llena de poemas

Luego de haber leído algunas anécdotas de mi padre, el poeta Marco Antonio Corcuera, es natural que se me pregunte: ¿qué poemas solía proponernos para nuestra lectura y aprendizaje?

Mi padre nunca nos impuso nada; siempre nos sugería utilizar el tiempo de manera óptima y consciente. Sabía el equilibrio de tiempos que debe existir en un joven: teníamos momentos de estudio en el colegio, tiempo para el deporte, que él mismo fomentaba, para socializar con los amigos y, de igual manera, para compartir vivencias y ocurrencias en familia.

Cuando lo consideraba oportuno, y relacionándolo con las actividades que realizábamos, nos deslizaba un poema, que él mismo recitaba. Por lo general, eran sonetos de forma clásica: breves, musicales, con rima y asonancia, pausados y de fácil aprendizaje. Seleccionaba también poemas cortos según nuestra capacidad de memorizarlos, y luego otros más complejos y extensos. Aquellos que nos gustaban, solía repetírnoslos. Creo, sin poder afirmarlo del todo, que fue construyendo en su mente una serie de poemas que encajaban muy bien con nuestros gustos y preferencias.

Con esa idea, compró una libretita en la que iba incluyendo los poemas conforme avanzaba su proyecto de hacernos memorizarlos. Esta libreta tenía cartulinas amarillas separadoras por letra, para facilitar la búsqueda a partir del nombre del autor.

Cada día, asombrosamente, al despertar y hojear la libreta, aparecía un nuevo poema. Lo que más nos entusiasmaba era la curiosidad por saber cuál sería el nuevo texto incluido. Esta libreta nos acompañó mucho después de salir del colegio e incluso en la universidad. La mayor parte del tiempo estuvo en poder de mi hermano Paúl, quien tenía más facilidad para aprender y declamar los sonetos.

En algunas ocasiones, mi padre, que sabía de memoria los poemas, nos recitaba los dos o tres primeros versos, y enseguida mi hermano continuaba con el poema, causándonos asombro y admiración. Cada vez que llegaban visitas a casa y le pedían a nuestro padre que recitáramos algún poema, recurríamos a la libreta y nos la turnábamos para repasar el elegido, evitando así repetirlo.

Lo anecdótico de todo esto es que nuestro padre nunca incluyó poemas suyos en la libreta, tal vez buscando que recordáramos y leyéramos siempre a los poetas clásicos, aquellos que suelen ser del gusto y conocimiento de la mayoría.

Recuerdo algunos títulos que contenía aquella linda libreta: “Soneto del dulce nombre” y “Soneto a la natividad de la Santísima Virgen” de Francisco Luis Bernárdez; “No sé por qué piensas tú”, “Soldado, aprende a tirar…”, “Soldado muerto” y “Diana” de Nicolás Guillén; “Volverán las oscuras golondrinas” de Gustavo Adolfo Bécquer; “Córdoba”, “El río Guadalquivir” y “Amparo” de Federico García Lorca; “La plaza tiene una torre” de Antonio Machado; “Se equivocó la paloma” de Rafael Alberti; “Canción” de Emilio Prados; “Camino del hombre” de Enrique Peña Barrenechea; fragmentos de Don Juan Tenorio de José Zorrilla; “La vida es sueño” de Calderón de la Barca; “Idilio muerto” y “Los heraldos negros” de César Vallejo; “Canto coral a Túpac Amaru” de Alejandro Romualdo; “Nostalgia” de José Santos Chocano; “Cómo has cambiado, pelona” de Nicomedes Santa Cruz; “Fábula de Rico Mac Pato, tío de Mac Donald” de Arturo Corcuera, entre muchos otros más.

Son, pues, algunos de los tantos poemas seleccionados en la libreta de marras, la mayoría clásicos y a la vez variados, con esa musicalidad y cadencia que tanto nos cautivaban. Como queda dicho, mi hermano Paúl era el más solicitado para declamar en el colegio e incluso en presentaciones fuera de él, en las que solía acompañar a mi padre en fechas especiales como el Día de la Madre, el Día del Padre o Fiestas Patrias.

Debo agregar que mi padre no nos entregaba un poemario individual para leer y seleccionar los textos que nos pudieran gustar. De haber sido así, hubiera resultado tedioso y no lo hubiésemos hecho con gusto. Él, sin embargo, lo hizo con la sapiencia y discreción de un padre y poeta. Con el paso de los años, ya por nuestra cuenta, pudimos leer y aprender otros poetas clásicos.

Espero que esta maravillosa libreta negra, que nos acompañó durante toda la vida escolar y universitaria, se encuentre en algún lugar de nuestra biblioteca, guardando aquellos versos que fueron testigos de nuestro esfuerzo por aprender poesía, a la sombra de un hombre sabio como padre y como poeta.

Comparto con ustedes uno de los poemas que contenía esta libreta, escrito por el bardo cubano Nicolás Guillén, a quien mi padre tuvo el honor de conocer personalmente en el II Congreso Latinoamericano de Escritores, realizado en México en 1967.

          

  DIANA

La diana de madrugada,

va con alfileres rojos

hincando todos los ojos.

La diana, de madrugada.

 

Levanta en peso al cuartel

con los soldados cansados.

Van saliendo los soldados.

Levanta en peso el cuartel.

 

Ay, diana, ya tocarás

de madrugada, algún día,

tu toque de rebeldía.

Ay diana, ya tocarás.

 

Vendrás a la cama dura

donde se pudre el mendigo.

-¡Amigo! –dirás– ¡Amigo!

vendrás a la cama dura.

 

Rugirás con voz ya libre

sobre la cama de seda:

– ¡En pie, porque nada os queda!

Rugirás con voz ya libre.

 

¡Fiera, fuerte, desatada,

diana en corneta de fuego,

diana del pobre y del ciego,

diana de la madrugada!