In memoriam- Anécdota

Anécdota vinculada con una fecha histórica

Los recuerdos en familia siempre son muy gratos y cobran mayor relevancia cuando están vinculados con hechos históricos o con fechas muy significativas. Recuerdo una anécdota muy interesante que mi padre, el poeta Marco Antonio Corcuera, me confió a partir de un hecho histórico.

Me encontraba cursando el quinto año de media; mi hermano mayor estaba en la universidad y, por sus horarios de estudio, no coincidía regularmente conmigo en casa; mis otros dos hermanos estudiaban en la Universidad de Piura, por tanto, yo interactuaba la mayor parte del tiempo con mis padres. En ese periodo fue creciendo mi amistad, mi cariño y mi acercamiento con ellos, con sus actividades ordinarias, profesionales, artísticas y sociales.

Entre las diferentes materias que llevábamos ese año, se encontraba el curso de Educación Cívica. El profesor preparó grupos de trabajo y asignó una serie de temas para su desarrollo. A mi grupo le correspondió analizar un hecho histórico, pero de resultados luctuosos: lo sucedido en la hecatombe, es decir, la mortandad que se produjo en el Estadio Nacional de Lima en 1964. El tema nos llamó poderosamente la atención; no teníamos la más mínima idea o referencia de ese hecho. Nos sonaba a nada, era una noticia totalmente desconocida, pese a que —según supimos más tarde— se trataba de un hecho histórico deportivo muy importante y, a la vez, muy lamentable. Tanto nos impresionó que ni siquiera la palabra hecatombe la habíamos escuchado en nuestra corta vida escolar.

Lo primero que hicimos fue reunirnos en la casa de uno de los integrantes del grupo, un amigo que vivía en la urbanización Primavera, muy cerca de mi casa. Se nos pidió a cada uno hacer una búsqueda para obtener información sobre los hechos. En aquel tiempo no existía el internet; las familias solían tener enciclopedias, revistas y diarios en los que el estudiante podía apoyarse para tales búsquedas. Los padres solían comprar la famosa revista Selecciones del Reader’s Digest, que publicaba notas muy variadas sobre diferentes temas, así como hechos históricos importantes. Uno de mis compañeros tuvo la suerte de encontrar datos en una de esas revistas y los llevó para compartirlos en grupo. Otros consiguieron información en enciclopedias, artículos periodísticos o notas deportivas. Era habitual ir a la Biblioteca Municipal, que quedaba en la avenida España, así como ojear revistas de la época, entre ellas Caretas, Gente y otras. Con todo lo recopilado, pudimos tener una idea más global de los hechos que provocaron aquella desgracia.

Días previos a la entrega del trabajo, estando en la mesa con mis padres a la hora del almuerzo, comenté el tema que nos habían encomendado y lo difícil que había sido encontrar información sobre el acontecimiento. Tan pronto terminé de hablar, mi madre intervino: «Tu papá —comentó— estuvo en el estadio ese día». Obviamente, no lo podía creer. Siguió narrando: «Tú tenías un mes de nacido, motivo por el cual no pudiste acompañar a tu padre en ese viaje a la capital. Sin embargo, él viajó a Lima con tu hermano mayor, Marco (de 8 años), y tu abuelita. Coincidía con las fechas de los chequeos médicos de ella y de su tratamiento oncológico». En ese preciso momento intervino mi padre, confirmando que, en efecto, había estado en dicho suceso: «Viajamos los tres y nos quedamos en la casa de tus tías Carmen Rosa, Laura y Zelmira León (mis primas hermanas), con la intención de pasar unos días en la capital, para que tu abuelita pase su chequeo médico y yo pueda ir al estadio a ver ese importante partido».

Sospecho, por la sensibilidad poética de mi padre, que estos luctuosos recuerdos los conservaba en un lugar muy especial de su memoria, y que no le sería grato contarlos, máxime si estos, por involucrar muerte y mucho desorden visual, le traían recuerdos de su azarosa vida juvenil, marcada por la política.

En aquellos años, los partidos de fútbol se escuchaban por la radio. Mientras tanto, en Trujillo, mi madre, conmigo y mis hermanos, escuchaba la narración en casa mientras hacía sus quehaceres. Conforme avanzaba la transmisión, las cosas se volvían más tensas y complicadas. Las narraciones radiales eran cada vez más tormentosas y daban cuenta de que había muchos muertos por el intento de salir del estadio. Me apoyaré en la información que se puede encontrar actualmente en internet para facilitar la comprensión de lo sucedido:

El 24 de mayo de 1964 se enfrentaban las selecciones de Perú vs Argentina, en el Estadio Nacional, era la final clasificatoria para las Olimpiadas de Tokio, Japón. El estadio estaba repleto de espectadores, se dice con una asistencia oficial de 47,197 espectadores. [Entre los espectadores se encontraba, el poeta Marco Antonio Corcuera que había ido a alentar a su selección]. El seleccionado de Argentina ganaba uno a cero; cuando faltaban seis minutos para el final del partido, el peruano Víctor «Kilo» Lobatón con el defensa argentino Morales disputaron el balón y, en una discutida jugada, Perú marcó el empate a uno. Sin embargo, el árbitro uruguayo, Ángel Eduardo Pazos Bianchi, anuló el gol del empate. La decisión provocó un estallido de rabia, y varios aficionados saltaron al campo para agredir al árbitro. Los policías soltaron a los perros, que se abalanzaron sobre los seguidores locales.

Esta imagen provocó un ataque de ira colectiva y las aficiones de ambas nacionalidades empezaron una pelea a palos y navajazos. La policía peruana, desbordada por la batalla campal que se había formado en las tribunas, intentó sin éxito detener los disturbios y empeoró la situación arrojando gases lacrimógenos hacia las tribunas, lo que provocó la estampida de cientos de aficionados tratando de huir. Las puertas de la tribuna norte del estadio estaban cerradas, imposibilitando la salida de la gente. Se supo después que las puertas habían sido cerradas por la policía, en su intento de que los espectadores se calmaran y regresaran a sus asientos. Esta tragedia dejó un saldo oficialmente de 328 muertos, entre los que se contaron muchos niños y ancianos (Tomado de Internet).

A la luz de toda esta información, mi madre se desesperaba por saber cuál era la situación real de mi padre. En esa época no existían los celulares, y toda comunicación de larga distancia se hacía a través de operadora y teléfonos fijos. Las centrales telefónicas se encontraban saturadas o sobrecargadas de llamadas. La angustia crecía al igual que la desesperación; obviamente, todos los familiares estaban sumamente alterados y nerviosos. Recién a altas horas de la noche, y luego de sortear una serie de dificultades, pudieron salir del estadio los asistentes al partido, todos ellos hechos un mar de lágrimas por los tumultuosos sucesos que habían presenciado. Los resultados finales fueron realmente trágicos.

Felizmente, mi padre se encontraba lejos de las puertas de acceso, por lo que no trató de salir por ellas, sino que subió algo más arriba, lejos de los gases lacrimógenos. Estando ya en casa, y luego de muchos intentos, pudo comunicarse y aplacar en algo la angustia de mi madre, que se encontraba desesperada por la falta de información.

Con todos esos datos y algunos detalles más, asistí a la última reunión del grupo, ofreciendo el testimonio de mi padre, lo cual les pareció muy oportuno e interesante incluir. El trabajo salió redondo y conseguimos una muy buena calificación grupal.

No cabe duda de que haber participado en eventos dolorosos como este marcó la vida de nuestro padre. Fue como recordar aquellos años de clandestinidad que tuvo que vivir en su época universitaria a causa de sus ideas políticas. Ahora se puede comprender mejor su silencio sobre algunos temas: siempre buscaba que esas noticias no nos afectaran.

En este punto, me vienen a la mente unos versos que escribió en su poemario La luz incorporada, que, trayéndolos al presente, podrían expresar de manera más gráfica todas esas vivencias de riesgo que nunca pudo exteriorizar libremente por temor a generarnos dolor o tristeza:

Se curva, se retuerce el alfabeto

y maldice al sentirse inexpresado.

¡Cuántas vivencias halla el pensamiento

que ni siquiera existen en vocablo!

¡Cuánta huella inicial, ay, cuánta huella

en la urdimbre de lo presentido (…)

El hermoso poema «Matad la guerra de mi padre», muestra su enemistad ante las absurdas diferencias, generadoras de violencia, entre los seres humanos.